Voces silenciadas
Para recordar hay que imaginar
George Didí-Huberman
Los genocidios y matanzas a población indígena en América es en Gustavo Larsen una preocupación central que atraviesa toda su obra. Al conmemorarse el Bicentenario de la Revolución de Mayo en 2010, el artista asumió el desafío de representar matanzas históricas, específicamente las ocurridas en los siglos XIX y XX en nuestro país. El inicio fue la selección de 200 nombres de Caciques que grabó en pequeñas estampas. Con ellas compuso otras obras, cosidas a imágenes de rondas de siluetas humanas tomadas de las manos, poniendo en tensión la idea de multiejemplaridad del grabado y expandiendo sus fronteras al incorporar el textil.
En la serie Juntarse 30.000 -que Larsen desarrolla en la última década-, toma como modelo el quipu, un objeto textil de origen prehispánico andino que era utilizado como sistema contable y como registro de historias. Los hilos retuercen y atan objetos y estampas, se trata de un gesto violento con sede en el proceso de realización que afecta la forma. Los fragmentos son torturados, trazando un paralelismo o identificación entre obra y cuerpo, en alusión a prácticas del terrorismo de estado de la última dictadura cívico-militar. Tanto los familiares de detenidos-desaparecidos, como los actuales pueblos originarios buscan o reclaman cuerpos que han perdido su forma, su unidad. Esta realidad no puede más que afectar al objeto artístico, que busca otras formas de simbolizar, de interactuar, de experimentar el hecho estético.
Cuando el verdadero testimonio -el de los que no sobrevivieron, al decir de Agamben- es el que siempre va a faltar, cuando nuestro país funda su territorio a partir del genocidio, nombrar a las víctimas, reconocerles su nombre, hacerlo visible y darle un cuerpo desde el arte, convierte a la obra artística en un artefacto de memoria. Las rondas simbolizan la necesidad del encuentro, introducen la esperanza.
En un péndulo entre lo documental y lo imaginario, la obra de Larsen nos muestra las lagunas, invita a preguntarnos si el indígena es un otro o un nosotros, a cuestionarnos nuestros olvidos para construir memoria.