"Un dualismo constante, un fluctuar entre antípodas"

Lic. Lidia Teresita Beron1987

En la obra artística de Larsen hay un dualismo constante, un fluctuar entre antípodas: materia-espíritu; tierra-cielo; variedad-unidad; un permanente juego de signos cargados de misterio, en apariencia imposibles de decodificar, y una búsqueda que va de los orígenes del hombre y del mundo conocido hasta el macrocosmos, y quizá, ¿por qué no? ya esté ahondando las inescrutables profundidades de un inframundo, poblado de magia y fantasía. Porque en última instancia si nos detenemos en el análisis de su producción, podemos afirmar que así como Xul Solar creaba e inventaba universos y elementos fantásticos, en Larsen todo surge como consecuencia de una "investigación mágico-fantástica", que pareciera ser extraída de la memoria de nuestros ancestros.

En las series "Las guardianas de la Luna", "Los guardianes del Sol", "Las cuatro esquinas del Cielo", "Las cuatro esquinas de la Tierra", "Ronda alrededor del mundo" o en "Los Anteriores", xilografías de 1982, manifiesta la dualidad a partir del tema y de la inclusión de imágenes a manera de mandalas, cuyo simbolismo no es otra cosa que: diversidad-concentración, variedad-unidad; exterioridad-interioridad; diferenciación y unificación.

La representación del universo con un gran agujero en el centro y la proximidad de los personajes en actitud ritual, hacen que de inmediato los relacionemos con los ritos de fecundidad tribales; pero como los movimientos rituales están emparentados con el ritmo de los movimientos astrales y los agujeros, en el plano espiritual son una abertura hacia otro mundo, podría interpretarse como una aspiración a lograr la inserción en ese macrocosmos, del que hablamos al principio. En el caso de la "Ronda" se intensifica el sentido por la posición de los "danzarines", quienes parecen querer modificar con sus movimientos y sacudidas la situación estática y estéril de ese mundo "agujereado". La visión planimétrica del mundo -como una gran telaraña-, está complementada con formas espirales que dan idea de creación y desenvolvimiento, de rueda y de centro. Los personajes mostrando las entrañas, insinúan la muerte y el laberinto -elemento éste usado por Larsen en otras de sus obras-, forma tan atrayente como el abismo o el remolino, en relación con lo inconsciente y el alejamiento de la vida, pero atemperado por la presencia de los ojos, símbolos de comprensión y también de infrahumanidad.

La necesidad de volver a los orígenes se hace notoria en la preocupación por fabricar el papel para sus obras, y en la aparición de manos y dientes, principio de la acción humana y de la fuerza magnética, unas; y armas de ataque primigenias o expresión de actividad y defensa del hombre interior los otros.

El artista trabaja con la cosmogonía Sol-Tierra- Luna; el Sol es el principio activo, de carácter heroico y masculino en contraposición con la Luna, pálida y delicada, pasiva reflectora de la luz solar, que rige las mareas y los ciclos fisiológicos de la mujer; femenina como la Tierra y ligadas a la fertilidad; cosmogonía respetada y venerada por las culturas agroalfareras.

Hay en la mayoría de sus obras una lucha simbólica entre los elementos centrales, dados por la espacialidad terrestre, por los cuatro exteriores naturales -puntos cardinales, cuatro esquinas de Larsen-, y la síntesis espiritual, el tres es la resultante armónica de la acción de la unidad sobre el dos; el tres representado en las pirámides con su doble idea de muerte e inmortalidad; pero también imagen del universo brotando de lo manifestado.

"Crónica de los diez años", resulta ser una obra clave en la producción de Larsen, porque su incursión en la pintura va a tener como consecuencia el "ablandamiento" de las formas y a partir de ella se abrirá un nuevo proceso, en el que los signos complejos y figurativos van a dejar paso a otros más sencillos y abstractos, ganando en riqueza compositiva y en calidad de ritmos, sin salir por ello de la línea que lo caracteriza.

En "Crónica de los diez años", acrílico sobre papel, hay una ruptura con las convenciones -tendencia general en el artista-, por su forma de presentación a manera de Códice. La disposición de las formas, en tres frisos -que se repite en la serie de los Signos-, uno superior angosto (cielo) y otro inferior (tierra), compuestos por signos de lectura variable y el central (vida terrena) con personajes, doce en total, uno por cada mes del año.

El año, proceso cíclico, período de vida humana o cultural, de existencia cósmica que implica un ascendente y un descendente; evolución e involución; oscuridad y luz; vida y muerte tiene suma importancia en su obra. Cada una de las hojas abiertas del Códice representa un año, en total diez y este número no es otra cosa que el retorno a la unidad tras la multiplicidad; representado desde antiguo por el círculo que a su vez simboliza el cielo, la eternidad y la Perfección. Pero, como todo artista que nunca se conforma con su otro Ser y coherente con su ser en sí, contrapone el cuadrado, representante del estado pluralista del hombre, que aún no ha alcanzado el estado de unidad interior, vale decir la Perfección.

Si profundizamos aún más en esta dualidad círculo-cuadrado -frecuente, por otra parte, en el universo morfológico espiritual de nuestro artista-, encontramos en el primero al principio masculino, la energía y los influjos celestes; y en el segundo, el principio femenino y los impulsos telúricos. No es casual que la representación del tiempo adopte formas circulares y que el cuadrado sea la expresión geométrica de la cuaternidad: combinación y organización de los cuatro elementos fundamentales; de las cuatro estaciones; de las cuatro edades de la vida; de las cuatro fases de la luna y de los cuatro puntos cardinales, que al fin dan fijeza al mundo. Y para dar imagen de estabilidad, solidez y permanencia: el cubo, cuadrado de los sólidos, representante de la tierra al igual que los trigramas, que son una constante en la obra de Larsen.

En este incesante dualismo en el que hay un complementarse de tesis y antítesis, también existe una tendencia a resolverse en la síntesis, demostrada por los personajes de todas sus obras: el hombre como símbolo de la existencia universal; la pareja mostrando la unión de lo que de hecho está separado y las figuras unidas formando una conjunción; todos en actitud erecta, tendencia ascendente y evolutiva, expresión de la esencia humana; apoyados sobre la solidez de la guarda inferior, en la que se alternan un sinfín de signos; cobijados por un cielo en el nivel superior, unidos todos por elementos esenciales como las cruces en las que se conjugan los contrarios y se entabla la relación primaria entre dos mundos -terrestre y celeste-. Todo esto acentuado a través del color, los verdes nos llevan desde el origen mismo de las cosas hasta la muerte; pasando por la desesperación de los naranjas, la fogosidad y sobrenaturalidad de los rojos, sin descuidar la luz solar, el espacio, las tinieblas y lo subterráneo logrado por los amarillos, azules, negros y tierras. Todo el color contribuye a crear el clima propio de los momentos mágicos, tiempo transcurrido en el devenir de esas criaturas fantásticas y misteriosas, que se transfiguran tras la máscara, jugando con esa ambivalencia entre lo que se es y lo que se quiere ser.